Edición 18 – Rentabilidad exponencial
Tu marca no necesita más clientes, necesita más creyentes.
“La adquisición es aritmética. La lealtad es exponencial.”
Esta frase debería estar colgada en las salas de juntas de todas las empresas que aspiran a crecer… sin perder el alma en el intento.
Durante décadas, confundimos crecimiento con adquisición.
Se nos enseñó que el objetivo era ganar mercado, conquistar territorios, sumar usuarios, arrebatarle clientes a la competencia.
¿Y cómo lo hacíamos?
Con descuentos, publicidad, promociones y presupuestos inflados.
Una suma constante de captación.
Pero también… una resta constante de abandono.
Es el juego de las matemáticas planas.
Sumas. Restas. Y vuelves a empezar.
El crecimiento real no se compra. Se multiplica.
Mientras muchos celebran métricas de adquisición, pocos entienden el poder oculto que tiene un FAN.
Porque cuando una marca logra enamorar a alguien —de verdad— no solo lo retiene…
lo convierte en un vehículo de expansión.
Uno que recomienda.
Que defiende.
Que contagia.
Los esquemas multinivel lo entendieron antes que nadie.
Su éxito no está en el producto, sino en la convicción del que lo comparte.
Creyentes que invitan a otros. Que invitan a otros.
Y así… exponencialmente.
Pasa lo mismo con una buena marca.
Y lo mismo pasó con las religiones más influyentes de la historia.
¿Cómo llegaron las religiones a cada rincón del planeta?
Sin internet.
Sin aviones.
Sin ads.
Sin logística de última milla.
Solo a pie.
Por convicción.
Impulsadas por una narrativa poderosa, un propósito compartido y una experiencia transformadora.
Eso es lo que hace un creyente:
Siente que debe compartir lo que recibió.
Que es demasiado valioso como para quedárselo solo para él.
¿Te suena?
Eso también hace un FAN.
Por eso decimos que la lealtad es exponencial.
Porque no depende del presupuesto, sino de la convicción.
Y la convicción solo se construye cuando el valor es auténtico, coherente y vivencial.
Valor funcional ≠ valor diferencial
En un mundo donde la tecnología se alquila, las fábricas se comparten y los catálogos se replican, el valor funcional ya no es suficiente.
Hoy todos entregan lo mismo:
Un producto útil, bien diseñado, con buena atención.
¿Y entonces?
¿Cómo se gana?
¿Cómo se retiene?
Con una propuesta de valor que combine lo funcional con lo simbólico.
Que hable no solo a la cabeza… sino al corazón.
Y que se sostenga con una narrativa sólida que construya sentido a lo largo del tiempo.
Porque cuando tu marca solo ofrece eficiencia… está a un clic de ser reemplazada.
Pero cuando ofrece significado, comunidad y coherencia… se vuelve difícil de abandonar.
¿Y cuál es el propósito de una empresa?
No es “generar valor para el accionista”.
Eso es un resultado, no un propósito.
El verdadero propósito es crear algo tan valioso para tus clientes que estén dispuestos a intercambiar su dinero —y su tiempo— con alegría.
Y si ese valor no se limita a lo funcional, sino que incluye pertenencia, inspiración, validación y trascendencia, entonces tendrás algo más que clientes:
tendrás creyentes.
Y esos creyentes traerán a otros.
Y esos a otros.
Como un movimiento.
Como una causa.
¿Cómo se construye esa rentabilidad exponencial?
Frecuencia significativa:
No basta con estar presente. Hay que ser parte de la rutina emocional del cliente.
Como el rezo diario, la serie semanal o el café de las mañanas.Acumulación de valor:
Cada interacción debe dejar huella. No basta con atender bien.
Hay que acumular valor simbólico, emocional y tangible a lo largo del tiempo.Narrativa profunda:
Las marcas no se recuerdan por sus features.
Se recuerdan por las historias que las sostienen.
Y esas historias deben ser coherentes, compartidas y contagiosas.
Porque al final…
El crecimiento lineal se logra con presupuesto.
El crecimiento exponencial se logra con lealtad.
Y la lealtad no se obtiene persiguiendo al cliente…
sino dándole una razón para quedarse.
Y otra para invitar a alguien más.
¿Quieres una marca rentable?
No diseñes una campaña.
Diseña una comunidad.
Una narrativa.
Una experiencia que genere tal satisfacción, que tus clientes no puedan —ni quieran— callársela.
Como en las religiones, como en los movimientos, como en los grandes amores…
la clave no es convencer.
Es enamorar.
Abrazo.
– Luis