En ediciones anteriores hemos destacado la importancia que ha tenido la narrativa en la historia: cómo los imperios, las religiones y las grandes compañías la han usado para legitimar el poder y construir liderazgo.
Pues bien, OpenAI, en plena era de la inteligencia artificial, no escapa a esa misma lógica.
Cuando pensamos en la compañía detrás de ChatGPT solemos quedar deslumbrados por el avance tecnológico: la capacidad de una máquina para pensar, crear o predecir. Pero detrás del código existe una historia profundamente humana, una que no trata sobre algoritmos, sino sobre liderazgo, propósito y lealtad.
La brújula de Altman
Sam Altman —su fundador y rostro más visible— lo resumió alguna vez así:
“La inteligencia artificial debe ser abierta, libre y al servicio de la humanidad, no de unos cuantos.”
Esa frase no solo define una filosofía tecnológica; define su narrativa. Una convicción que dio origen a OpenAI y que, en los momentos de mayor crisis, sería también la línea que mantendría a su gente unida.
El liderazgo sereno de Mira Murati
En 2023, OpenAI vivió una de las crisis más mediáticas del mundo corporativo: Altman fue despedido de forma abrupta por su propio consejo de administración. La compañía, en cuestión de horas, parecía desmoronarse.
Y fue ahí donde Mira Murati emergió.
Ingeniera albanesa formada en Dartmouth, forjada en Tesla con el Model X y los primeros sistemas de Autopilot, y más tarde mente estratégica detrás de productos como Codex, GitHub Copilot, DALL·E y ChatGPT.
Murati asumió el cargo de CEO interina.
Sin escándalo ni grandilocuencia. Solo con una calma que sostuvo a la organización en medio del caos.
Su liderazgo no se basó en promesas, sino en presencia. En mantener el foco cuando el resto del mundo observaba esperando la implosión.
De OpenAI a Thinking Machines Lab
En 2024, Murati dejó OpenAI de forma discreta. Pero no se retiró del mapa: en 2025 lanzó Thinking Machines Lab (TML), una nueva compañía con una premisa contundente:
“Construir una inteligencia artificial segura, alineada y transparente.”
En un mes recaudó más de 2 000 millones de dólares y alcanzó una valoración de 12 000 millones.
Sin campañas, sin ruido, solo con reputación y una narrativa creíble.
Y mientras tanto, Meta intentó comprar parte de su equipo. Las ofertas llegaron a cifras impensables: a un ingeniero le ofrecieron 1 000 millones de dólares.
Nadie se fue.
No fue el salario lo que los retuvo. Fue el propósito.
El mismo hilo invisible que sostiene a las religiones, a las órdenes militares y a las grandes marcas: una narrativa compartida.
El liderazgo que no se compra
El caso Murati expone algo esencial: los equipos no se compran, se inspiran.
Las organizaciones pueden diseñar estrategias, beneficios y stock options… pero solo una historia coherente, vivida desde el liderazgo, logra fidelidad emocional.
Mientras muchos directores hoy gestionan con miedo o ego, ella lideró con sentido y coherencia a una narrativa que trasciende al mismo líder.
Y en un contexto de disrupción tecnológica y crisis de confianza, esa puede ser la diferencia entre crear una marca o un movimiento.
Reflexión
Vivimos una época ausente de liderazgos trascendentes.
Gobiernos, empresas y sociedades parecen dirigirse por algoritmos de corto plazo, no por convicciones de largo aliento.
Mira Murati nos recuerda que todavía existen líderes capaces de unir sin gritar, inspirar sin comprar y construir sin dominar.
Su historia no es sobre inteligencia artificial.
Es sobre inteligencia emocional aplicada al liderazgo.
Pero, sobre todo, nos recuerda algo más profundo:
no son los líderes quienes crean la narrativa, sino la narrativa la que los legitima.
Y cuando una organización encuentra una historia más grande que cualquiera de sus fundadores, deja de ser una empresa y se convierte en una causa.
Abrazo.
– Luis