Edición 04 - Las civilizaciones no se fundaron sobre roca
Se fundaron sobre una narrativa, después llego la roca.
Cuando pensamos en programas o sistemas de lealtad para fidelizar a una audiencia, solemos asociarlos con grandes marcas de productos o servicios. Pero pasamos por alto que los verdaderos expertos en lealtad no están en el marketing moderno… sino en las civilizaciones que construyeron imperios vigentes al dia de hoy.
Porque los mecanismos más profundos de fidelidad humana —los que convierten a desconocidos en comunidad— no nacieron en oficinas corporativas, sino en relatos compartidos. Como explico en mi libro The FAN Method, la narrativa no es solo comunicación: es fundación.
¿Qué se necesitó para organizar a cientos de tribus bárbaras en el siglo V y fundar Francia? ¿O para que una pequeña aldea del Lacio conquistara el mundo conocido durante siglos bajo el nombre de Roma?
No fueron ejércitos. No fueron leyes. Fue un mito. Una historia lo suficientemente poderosa como para convertir sangre en símbolo… y símbolo en destino.
La historia de Roma no comenzó con senadores ni legiones. Comenzó con dos gemelos abandonados en un río, rescatados por una loba. Rómulo y Remo. Uno de ellos, Rómulo, acabaría matando a su hermano para fundar una ciudad. Ese relato trágico y heroico no era folclor: era una declaración de identidad colectiva. La violencia, el sacrificio, el destino. Roma se explicó a sí misma —y al mundo— a través de un mito que no solo justificaba el poder del sacrificio, sino que lo volvía sagrado.
Siglos después, en el norte, los francos se unificaron bajo otro mito: el de Meroveo. Un rey de origen semidivino, nacido —según las crónicas— del encuentro entre una mujer y una criatura marina mitológica. Ese linaje dio paso a los merovingios. Y con el tiempo, a una de las ideas más provocadoras del imaginario occidental: que sus descendientes eran herederos de la sangre de Jesucristo y María Magdalena. ¿Es cierto? No importa. Lo que importa es que esa historia sostenía un trono.
Porque eso hacen los mitos: sostienen lo invisible. Legitiman el poder. Justifican la fidelidad. Le dan forma a una identidad compartida.
El mito no es una mentira. Es un mapa. Uno que orienta, une, protege. Uno que no se impone, sino que se cree.
Hoy, las marcas enfrentan un dilema similar. Quieren crecer sin haber fundado nada. Quieren engagement sin propósito. Quieren lealtad sin comunidad. Pero nadie sigue a una empresa. Las personas siguen una causa. Y toda causa empieza con una narrativa fundacional: una promesa, un enemigo, un símbolo… un porqué.
La narrativa poderosa no se inventa. Se diseña. Es lo que tu marca representa cuando nadie la está mirando. Es lo que tus clientes cuentan de ti cuando no están comprando. Es lo que da origen a una tribu —y lo que la hace resistir el tiempo.
Porque una marca, como una civilización, no sobrevive por su funcionalidad. Sobrevive por su narrativa.
¿Tu marca ya tiene una narrativa poderosa?
—Luis