Vivimos en una época donde el liderazgo se ha vuelto una palabra gastada. Sobreanalizada. Institucionalizada. Una época donde hay más cursos de liderazgo que líderes auténticos.
Nunca en la historia habíamos tenido tanta información sobre cómo liderar: Métodos, teorías, frameworks. Casos documentados. Libros virales. TED Talks. Y sin embargo… rara vez nos cruzamos con un líder que nos inspire a seguirlo.
¿En qué momento confundimos liderazgo con administración? ¿Con qué facilidad nos resignamos a remedos de autoridad o impostores carismáticos? Trump, Putin, Bukele… líderes que no proponen un futuro compartido, sino un control absoluto de la narrativa. Y en el otro extremo: jefes bienintencionados que confunden empatía con complacencia. Y que, frente a la cultura de la susceptibilidad, prefieren diluir su voz antes que incomodar con convicción.
La gran mayoría de nosotros ha dejado de ver el liderazgo como una fuerza transformadora. Hoy lo reducimos a una función. A un rol dentro de la organización. A una competencia medible. Pero el liderazgo verdadero no es una habilidad técnica. Es una energía. Una responsabilidad. Una llama que arde más allá del ego.
Y esa llama tiene un nombre: propósito trascendental.
Lo que Google descubrió
En 2012, Google lanzó uno de los estudios más ambiciosos sobre liderazgo y efectividad de equipos: Project Aristotle. Analizaron más de 180 equipos durante dos años para encontrar la fórmula secreta del alto desempeño.
Y la hallaron. Pero no era lo que esperaban.
No era el talento individual. Tampoco la experiencia, ni el conocimiento técnico. Ni siquiera el coeficiente intelectual colectivo.
Lo que encontraron fue otra cosa:
El factor más determinante del éxito de un equipo era la seguridad psicológica. La sensación de que puedes hablar, proponer, disentir y hasta equivocarte… sin miedo a la humillación.
Junto a esta, se identificaron cinco claves del alto rendimiento:
Seguridad psicológica: libertad para tomar riesgos sin temor al juicio.
Confiabilidad: que cada miembro cumpla lo que promete.
Estructura y claridad: roles, planes y objetivos bien definidos.
Significado: que el trabajo tenga valor personal.
Impacto: sentir que lo que haces transforma algo más allá de ti.
Estas cinco variables explican por qué seguimos a ciertos líderes: Porque nos hacen sentir seguros, nos organizan, nos retan y nos conectan con algo más grande.
Y aquí entra la paradoja.
Porque esa seguridad no nace del equipo: nace del líder. No de sus palabras, sino de su coherencia. No de sus valores escritos, sino de su ejemplo diario. De su capacidad para sostener el rumbo cuando todo tiembla.
Y sobre todo… de su propósito.
Cuando el propósito duele… pero impulsa
Marc Márquez, piloto de MotoGP™, sufrió una caída estrepitosa. En el video —compartido por Peter Berkel — se le ve azotarse contra el asfalto, levantarse adolorido… y correr hacia los pits por otra moto. Y seguir. No porque alguien lo vigilara. Sino porque su propósito no se negocia con la comodidad.
Lo mismo ocurrió con Moisés. ¿Qué otro argumento racional puede explicar que cientos de israelitas salieran de Egipto para cruzar un desierto con niños, animales y nada asegurado?
Las grandes expediciones al Ártico, el Amazonas o el Himalaya no fueron impulsadas por sueldos. Fueron guiadas por líderes cuya visión volvía aceptable incluso la muerte.
Ninguna compensación económica explica eso. Solo lo explica un fuego colectivo. Un futuro compartido. Un propósito encarnado.
La cultura woke y la erosión del liderazgo
En paralelo, vivimos un momento histórico donde la cultura woke ha desdibujado los límites. Donde muchos líderes temen liderar. Temen ser firmes, exigentes, coherentes. Temen al juicio social más que al fracaso organizacional.
Y en ese vacío… surgen los autoritarismos. Porque cuando la brújula moral desaparece, el que grita más fuerte parece el más confiable.
Es importante ser justos: La cultura woke trajo avances necesarios. Visibilizó desigualdades. Cuestionó abusos. Amplificó voces silenciadas.
Pero también instaló efectos colaterales que, en el ámbito del liderazgo, se manifiestan así:
Líderes paralizados por la hipersensibilidad.
Dilución de la autoridad en nombre de la inclusión.
Cultura de hiperconsenso que aplasta la dirección estratégica.
Victimización competitiva que premia la identidad herida sobre el valor aportado.
No es que la cultura woke destruya el liderazgo. Es que, cuando se convierte en dogma, instala una nueva forma de miedo:
El de liderar sin ofender.
Y ese miedo es incompatible con lo que el mundo necesita: líderes con columna vertebral.
Marcas sin líderes, organizaciones sin alma
Este fenómeno no es exclusivo de la política o el deporte. También sucede en las empresas.
Las marcas que más admiramos suelen tener detrás una figura que encarna un propósito. No un CEO con KPI… sino un fundador con fuego.
Y si ese fuego no está, la marca se vuelve genérica. Administrada. No liderada.
La diferencia entre Patagonia y cualquier marca outdoor no es solo su catálogo. Es la convicción de Yvon Chouinard. Es su renuncia a la propiedad para preservar la misión. Eso es liderazgo trascendental. Eso es lo que deja huella.
¿Y qué tiene que ver esto con lealtad?
Todo.
Porque los clientes (internos y externos) no siguen a marcas. Siguen a líderes que encienden una causa. Y sin propósito trascendental, no hay comunidad. No hay narrativa. No hay pertenencia.
Solo marketing vacío y promociones sin alma.
En un mundo saturado de ruido, lo único que de verdad moviliza… es una historia encarnada por alguien dispuesto a liderarla.
En resumen:
El mundo no necesita más jefes, ni más coaches, ni más cursos. Necesita líderes con visión y convicción. Capaces de sostener el rumbo en medio del caos. De inspirar no con carisma, sino con propósito. Y de construir no por KPI… sino por legado.
Porque cuando el liderazgo se vuelve transaccional, lo único que se construye es obediencia temporal. Pero cuando se vuelve trascendental… lo que nace es lealtad verdadera.
Abrazo.
–Luis